miércoles, 21 de noviembre de 2012

¿Por qué Antón Boedo era tan bueno? Por Manuel Boedo

A Antón lo conocí hace un par de años y desde el principio me pareció un tipo muy interesante, aunque he de reconocer que me pareció bastante más interesante su compañía... pero bueno. Con el tiempo tuve la suerte de ir intimando con él y me fui dando cuenta de la cantidad de puntos de vista en común que teníamos. No sólo sobre la vida, sino también sobre el hockey.

Durante los últimos meses he ido conociendo un poco más a Tonekkas y me he dado cuenta que lo que transmite es lo que realmente es, un tipo sin doblez en su personalidad y que se dedica a "full" a lo que le interesa y merece la pena. Es por ello que pienso que si alguien está enfadado o tiene una mala opinión de él, para mi está equivocado. Es muy difícil estarlo, por no decir imposible, o, si lo estás, has cometido un error grave.

Antón es el alma mater de Stickazo, como el dice, "la parte pensante". Y eso es lo más brillante de Antón... cómo piensa. Su tono no puede ser más conciliador, siempre buscando el entendimiento y con el buen rollo como única arma para enfrentarse a los posibles enemigos. A mi siempre me ha conseguido arrancar una sonrisa a través de sus "waps" conciliadores. Siempre ha conseguido aplacar mis arranques de ira con una sola expresión de su peculiar ironía.

El otro día tuve la suerte de la inspiración para contactar con su media naranja... su hermano Manuel, y pedirle que hiciera el "Por qué" sobre Antón. La respuesta no pudo ser más rápida y más típica de la familia Boedo. En pocas horas tenía en el correo electrónico este artículo lleno de emoción y criterio. Pero sobre todo me sobrecogió ver lo que Manuel me decía sobre Antón en los correos que nos hemos cruzado.

Desde luego que es impresionante saber que hay gente que puede escribir de manera altruista así sobre otra gente, pero más siendo hermanos. Pero para hacerlo hay que tener un principio muy claro: la vida está para disfrutarla.

Gracias por enseñarme a vivir de otra forma. Intento seguir vuestro ejemplo. Buffff.... estoy "full de power"...



A pocos jugadores he admirado más sobre una pista de hockey que a mi hermano Antón. Era un jugador grande, enorme, y lo que lo hacía grande era una virtud que sigue teniendo hoy en día en su faceta de entrenador, y de la que hace gala en todos los aspectos de su vida; La pasión. Antón es un apasionado, le apasiona el Hockey, le apasiona la vida, es de esa gente distinta que hace suya la una causa, una persona, y se implica con ella hasta el final, ya sea su familia, su pareja, sus amigos, el club baloncesto Estudiantes o, por supuesto, el hockey. 



Ya desde muy pequeño se veía esa pasión de la que hablo, ese dejarse la vida en la pista, y por eso sus entrenadores confiaron en él para ser un cierre clásico, un defensa que patinaba hacia atrás con la cabeza levantada mientras los dos delanteros contrarios lo encaraban en un contraataque vertiginoso; Los miraba a los ojos, concentrado, para cortar in extremis el último pase de gol. Con Antón se podía contar. Arriba él movía la bola, o mejor, él movía al equipo, lo colocaba, mandaba, siempre atento a abrir una línea de pase, siempre dando un apoyo. Pero donde Antón destacaba era abajo, en defensa, allí su palabra era ley, sus gritos e instrucciones eran como Real decretos, mejor acatarlos. Sin ser un jugador sucio, era duro, y quien más quien menos se ha llevado algún recado suyo, pero siempre con nobleza. Nuestro deporte es un juego noble pero duro, de golpes, de contacto, de lucha, y ahí es donde Antón se movía a sus anchas, recibiendo y dando stickazos, poniendo orden. A pesar de esto, de ser duro, creo que una de las cosas que demuestran su grandeza es la cantidad de amigos que dejó a lo largo de su dilatada trayectoria, ya no sólo entre sus rivales sino también entre los que él denomina “nuestro querido colectivo arbitral” que ha tenido que sufrirlo durante décadas. 

Fue durante mucho tiempo un defensa rápido, sobre todo en los comienzos de su carrera, ágil y pillo, que trataba de imponer el tempo al partido. Sabía cuando tocaba correr (casi siempre), pero también sabía cuando tocaba parar, cuando congelar el partido y cuando llevarlo a ebullición, pocas veces se equivocaba a la hora de escoger como se debía jugar. Era sobre todo un jugador de equipo, solidario, trabajador, poco dado al lucimiento personal y a las estadísticas individuales, que ponía al grupo por encima de las individualidades. Cuando le tocó estar “en el corral” allí estuvo sin malas caras, sin mosqueos, enrabietado como un lobo encadenado, pero respetuoso, siempre al servicio del Míster, incluso aquel año en el que lo hicieron jugar de delantero bolla; allí estuvo merodeando el área contraria, esa zona que apenas conocía y en la que estaba más perdido que un pulpo en un garaje, tratando de emular a grandes delanteros de área de su generación como Pablo Manteiga o Diego de Santiago (este algo mayor que él), pero lejos de conseguir los goles de estos, lo más que recibió fue algún que otro bolazo de jugadores de su propio equipo, y mucha de su propia medicina. Quiero con esta anécdota reflejar que para él lo importante era el equipo, y que aunque muchas veces no comulgaba con las ideas de sus entrenadores sabía que el grupo era lo primero, o mejor dicho, que el grupo era lo único importante. 

Era, en resumen, el jugador que todo entrenador querría tener, un autentico lujo, ya que sabía potenciar sus virtudes y esconder sus defectos, que por supuesto tenía. Entre sus carencias la más clara era el tiro de calcetín de los Boedo que poco o nada intimidaba a los rivales, sobre todo cuando los chuts eran de media o larga distancia, o el poco olfato goleador, en fin, todo lo que tenga que ver con meter la bolita ahí, entre los tres palos naranjas. Pero todas estas carencias las suplía con lo ya comentado, el ser un muro atrás, el poner orden y criterio a cada acción, arriba y abajo. Creo que dirigía tan bien porque era capaz de leer el partido como nadie, tenía (tiene) unos fundamentos tácticos innatos, una facilidad para leer el hockey fuera de lo normal. Siempre fue la voz del míster en la pista, y si todos los entrenadores que lo dirigieron delegaron en él esta tarea no fue por casualidad, sino porque realmente pocos como él saben interpretar nuestro deporte. 



Qué por qué era tan bueno Antón. ¿me preguntáis? Porque amaba nuestro deporte y le ponía pasión, porque cada bola era la última, cada partido una final, y perder nunca era una opción. Pero sobre todo porque sabía disfrutar el hockey, porque sabe disfrutar la vida.

Un fuerte stickazo a todos.

2 comentarios:

  1. sois unos cabrones esto no se hace!!!! muy bien el artículo yo sólo cambiaría el título para poner "porque era tan malo antón boedo" el resto chevere....

    habrá venganza con un "porq era tan cabrón P.T"

    un fuerte stickazo a todos!!!

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  2. QUe ANTON BOEDO ERA UN GRAN JUGADOR??? DE QUE??

    DIREIS QUE ERA UN TIO QUE JUGO AL HOCKEY Y PUNTO....

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